Deontología

Las decisiones morales conllevan un sentido del deber.  «Se debería decir la verdad». «Se debería tratar a los demás con respeto».   ¿Cuáles son los fundamentos de estos «debería»?  ¿Se pueden encontrar en la conciencia personal, la sociedad, la historia o la religión?  O ¿tiene cada persona el deber moral de tomar las decisiones correctas independientemente de sus inclinaciones, situaciones o necesidades personales?  ¿Debe determinarse el valor moral de mis decisiones independientemente de los resultados o consecuencias favorables o desfavorables que puedan conllevar?  Esta es la premisa de la teoría moral denominada «Deontología».  La palabra deontología deriva del griego, de las palabras deon, que significa deber, y logos, que significa diálogo o razonamiento.  La deontología es el «diálogo sobre» o el «razonamiento de» nuestras obligaciones morales.

La deontología se asocia generalmente con la obra de Immanuel Kant (1724 - 1804), y son clave sus conocidas obras Fundamentos de la metafísica de la moral, publicada en 1785, en el apogeo de la Ilustración europea, y la «Segunda Crítica», Crítica de la razón práctica, publicada en 1788.  Los siguientes comentarios se basan en gran medida en estos textos.   

Para el sistema moral deontológico de Kant, la obligación moral se basa en el ejercicio de la razón, no en la conciencia, la sociedad o la religión.  Es un ejemplo de «razón práctica» distinguiéndola de la «razón teórica».  El objeto de investigación de la razón teórica, la física, y, por ejemplo, la física newtoniana en particular, ya viene dado en la intuición o en la experiencia sensorial.  El físico estudia la naturaleza a través de sus experimentos y observaciones.  Pero la razón práctica, la decisión moral, hace que su objeto sea real en el sentido de que nuestras decisiones morales resultan en acciones que pueden tener o no valor moral.  Basar la moralidad en el razonamiento tiene ventajas:  La moralidad ya no tiene los pies de barro de la conciencia, las inclinaciones o los deseos morales personales.  El valor moral de una acción no se evalúa en función de la conveniencia de sus resultados o consecuencias.  Tampoco se basa en generalizaciones de observaciones de lo que la gente en general hace o deja de hacer.  No se basa en ninguna religión en particular.  Estas cuestiones se basan en particularidades cambiantes.  Solo el razonamiento puede afirmar ser universal.  Esta es una ética para todos los seres racionales, no solo para los seres humanos.  De modo que esta ética ni siquiera se basa en la antropología, ni en ninguna suposición sobre la «naturaleza humana».  El fundamento de la moralidad en la razón, como hace Kant, es su punto fuerte, pero, como veremos, también es su punto débil.

¿Cuáles son algunas de las ideas clave de la deontología?  Ahora vamos a detallarlas y discutirlas.

1.)     Buena voluntad:  Al igual que Aristóteles y Platón, Kant también respondió a la pregunta: «¿Qué es el Bien para una vida moral?»  Mientras que para Aristóteles el Bien era la «felicidad» o el «bienestar» (Eudaimonia), para Kant el único Bien «sin reserva» o sin limitaciones es la Buena voluntad.  Las primeras líneas de los Fundamentos de la metafísica de la moral así lo afirman.  «El entendimiento, el gracejo, el juicio, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; el valor, la decisión, la perseverancia en los propósitos, como cualidades del temperamento, son, sin duda, en muchos respectos, buenos y deseables; pero también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si la voluntad que ha de hacer uso de estos dones de la naturaleza, y cuya peculiar constitución se llama por eso carácter, no es buena». (Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, traducción de Manuel García Morente basada en la 6.a ed,  Madrid, España: Espasa-Calpe, 1980, capítulo I.)  El uso que hace Kant del término «voluntad» no se encuentra en la obra de Aristóteles.  Para Kant, la voluntad es un ejercicio racional y práctico del razonamiento que determina la acción y, por lo tanto, se diferencia del carácter y el deseo.  La voluntad prevalece sobre el deseo; como razón práctica, ordena la acción.

2.)     Obligación:  Es posible que tengamos muchas obligaciones: obligaciones para con nuestros padres, nuestro país u obligaciones religiosas.  Pero Kant habla de la obligación moral como la obligación suprema.  La obligación significa respeto a la ley moral.  La voluntad solo es buena sin reserva cuando la acción ordenada por la voluntad brota del respeto a la ley moral. El respeto a la ley moral, la obligación, es, por lo tanto, la condición necesaria para determinar el valor moral de una acción.  Ejemplo:  Tres personas encuentran a una mujer sin hogar que mendiga por la calle.  Cada una de estas personas tiene medios para ayudar a los pobres.  Pero cada una tiene un razonamiento distinto a la hora de decidir si ayudar o no.  La primera persona mantiene que este es un mundo de «todos contra todos»; una selva donde cada uno debe valerse por sí mismo.  La visión cínica del mundo que tiene la primera persona suscita que aparte la mirada y no haga nada.  La segunda persona decide dar dinero para ayudar a la mendiga.  «Ayudar a los pobres me hace sentir bien», argumenta. «Es bueno para mi Karma o para la salvación de mi alma, y tal vez reciba reconocimiento o aplauso por mi filantropía».  Por tanto, la segunda persona busca las consecuencias favorables de ayudar a los pobres.  Sus acciones no son consecuencia del deber moral, sino del deseo de obtener resultados favorables.  La tercera persona también da dinero para ayudar a la mendiga.  Pero su acción surge del respeto por una ley moral que podría expresarse de la siguiente manera: «Cuando uno se encuentra con personas necesitadas y tiene los medios para ayudar, es su deber moral ayudar independientemente del resultado, ya sea este la recompensa, el reconocimiento o incluso el castigo por hacerlo».  De las tres decisiones morales, sólo la tercera tiene un valor moral, argumentaría Kant, porque sólo esta surge del respeto por una ley moral universal y objetiva.  «Respeto» es, por tanto, un término más sólido que la mera «conformidad» con la ley moral.  Aunque las acciones de una persona pueden «conformarse» a la ley moral, a menos que surjan del respeto a la ley moral, aún carecerán del valor moral fundamental.  Un comerciante, por ejemplo, puede tratar a sus clientes con respeto, sin mentirles ni cobrarles de más.  Los clientes satisfechos son buenos para el resultado final.  Por eso se les trata con respeto.  Las acciones del comerciante, aunque surjan de un interés personal, seguirían conformándose a la ley moral. Pero si el comerciante encuentra formas de engañar a sus clientes sin que sean conscientes de ello, es muy posible que lo haga si el deseo de aumentar las ganancias anula el deseo de actuar de una manera que se ajuste a la ética empresarial.  La conformidad puede flaquear.  Pero actuar por obligación, por respeto a la ley moral, dispone de inmediato y sin equívocos.

3.)     Imperativo categórico:  ¿Cómo determina una persona la ley moral?  La ley moral no se transmite desde una fuente superior o trascendental.  Más bien, cada persona, cada agente moral, es por sí mismo quien legisla la ley moral. Kant sostiene que solo existe un imperativo de este tipo, aunque lo formula de diferentes maneras.   Esencialmente, dice: «Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal», incluso en una «ley de la naturaleza». (ibíd. capítulo II).  Todos los deberes morales particulares pueden determinarse según y desde el «Imperativo categórico», sin embargo, este imperativo no ordena ninguna acción o ley moral en particular.  Se trata, más bien, de una forma de probar la coherencia lógica de cualquier máxima moral subjetiva particular para ver si puede universalizarse y objetivarse de tal manera que tenga el estatus de una ley moral que rija las decisiones morales de todos los seres racionales.  El uso del Imperativo categórico nos permite pensar más allá de los intereses e inclinaciones personales a la hora de tomar decisiones morales.  Por lo tanto, el imperativo categórico contrasta marcadamente con los «imperativos hipotéticos», que rigen si, y solo si, se cumplen ciertas condiciones.  Consideremos, por ejemplo, la moralidad de decir la verdad.  Se podría argumentar: «Diré la verdad si me conviene hacerlo». El decir la verdad aquí está condicionado al interés personal.  Del mismo modo, puede ser de interés personal hacer una falsa promesa.  Por ejemplo, una persona podría obtener un préstamo mintiendo a un banco, prometiendo devolver el dinero cuando sabe que si hay algún modo de evitar el reembolso de este préstamo, lo hará.  Puede ser de interés mentir porque la persona obtendrá más dinero al hacerlo.  Pero, ¿se pueden universalizar estas máximas subjetivas, condicionales o hipotéticas de modo que se apliquen a todas las personas?  La respuesta debe ser «No» porque, si se objetiva y universaliza hasta el punto de que cualquier persona pueda hacer una falsa promesa cuando le conviene hacerlo, se verían comprometidos los contratos y préstamos comerciales e incluso se colapsaría la fiabilidad de las relaciones personales.  El interés personal suplantaría a la vida moral.  Es más, a veces el imperativo categórico se compara y contrasta con «la regla de oro» que puede encontrarse en muchas tradiciones culturales y religiosas diferentes:  «Trata a los demás de la manera que te gustaría que te trataran a ti».  Al igual que la regla de oro, el imperativo categórico toma en cuenta a la otra persona.  Pero, a diferencia de la regla de oro, no surge de las preferencias personales sobre cómo le gustaría a uno ser tratado.  Más bien, ordena «categóricamente», aplicándose a todos los seres racionales sin dar ningún peso a las preferencias personales.   Tampoco procede de la cultura o la religión, como suelen hacerlo estas «reglas», sino únicamente de la razón.  Por lo tanto, es más un «imperativo» que una «regla».  Los agentes «legislan» la ley moral, no se ajustan simplemente a los preceptos existentes. 

4.)     Respeto a las personas:  En la medida en que cada persona es un ser racional y, por tanto, posible legisladora de la ley moral, cada persona debe ser tratada como un «fin en sí misma» y no como un medio.  En este caso, «Respeto» se refiere a considerar que todas y cada una de las personas tienen un valor más allá de todo intercambio.  Cada persona debe ser considerada un fin, no un medio o un instrumento.  Esto incluso exige que uno se trate a sí mismo con este respeto.  De ahí que Kant descarte una máxima subjetiva y personal que pueda legitimar el suicidio.  Argumentar que una persona puede tener la obligación personal de terminar con su vida cuando esa vida ya no se considera digna de ser vivida no puede universalizarse de manera que se convierta en una ley moral que gobierne a todos los agentes morales.  Para Kant, una máxima tan personal podría surgir del amor a uno mismo o de considerar la vida tan solo como un medio para el placer y el disfrute.  Pero tal máxima contradeciría el sistema universal de la naturaleza que impulsa a los seres vivos a la preservación, no a la destrucción de sus vidas.  Por lo tanto, la ley moral debe tener el mismo estatus o un estatus similar en cuanto a su coherencia que la ley de la naturaleza.

5.)     Libertad:  Cada agente moral es un legislador de la ley moral con la capacidad de actuar por respeto a la ley moral y, por lo tanto, tiene un sentido de la obligación moral siempre y cuando ese agente sea libre de tomar tales autodeterminaciones.  La libertad es un supuesto necesario para la ley moral.  Sin embargo, la libertad no es una realidad dada objetivamente, sino una idea de la razón, en otras palabras: un postulado de la razón necesario para su uso práctico y moral.  Como la idea de Dios o de la inmortalidad del alma (otras dos ideas de la razón que Kant considera esenciales), la libertad no puede ser científicamente probada ni refutada.  Debemos actuar como si todos los seres racionales fueran libres.  Podemos mirar a nuestro alrededor y observar que muchas personas no son libres.  Esto no perjudica a la noción de libertad de Kant porque el racionalismo de Kant no parte de observaciones o tratamientos de «naturaleza humana» o condiciones sociales específicas.  La vida moral, la autonomía de la decisión moral, la determinación de la ley moral requieren que procedamos como si las personas fueran libres y, por lo tanto, merecedoras de un respeto inequívoco. 

Preguntas críticas para discusión:

1.)     Kant es un racionalista.  Esto asume que la razón tiene un papel determinante en la vida moral.  Pero, ¿qué fuerza o eficacia tiene el papel de la razón a la hora de tomar decisiones morales? 

2.)     Si una persona usa la razón como guía para la vida moral, ¿está atrapada en el dominio interior del pensamiento puro de tal modo que el universo moral se convierte en lo que esta piensa que debería ser?  ¿Es una especie de solipsismo moral, es decir, una consecuencia de esta teoría moral?

3.)     ¿Se puede pensar en casos en los que las máximas morales podrían ser legítima y lógicamente coherentes con una ley moral objetiva y, sin embargo, estar en conflicto entre sí, haciendo que la elección moral sea problemática o imposible?  La máxima que ordena decir la verdad, por ejemplo, podría implicar que uno diga la verdad incluso cuando hacerlo cause daño.  Decir la verdad a los ladrones sobre dónde se esconden los padres con su oro puede resultar en daño para los padres y para su tesoro.  Decir la verdad en este caso entraría en conflicto con la ley moral que ordena proteger la vida humana.  ¿En vez de eso, no debería uno mentir?  ¿Cómo pueden resolverse estos conflictos?

4.)     ¿No tiene Kant que tener en cuenta las consecuencias de las acciones?  ¿Debe considerar de algún modo las consecuencias de las acciones y no solo las máximas morales de las que surgen las acciones?  Su discusión sobre la moralidad de hacer una falsa promesa, por ejemplo, implica que toma en consideración las consecuencias de legislar un universo moral en el que tales mentiras serían aceptables.

5.)     ¿No hay lugar para la felicidad en la perspectiva moral de Kant?  Dice que las personas tienen la obligación de ser felices, de modo que tengan más probabilidades de vivir una vida moral.  El ideal de Kant bien podría ser la coincidencia de virtud y felicidad.  Pero cuando sostiene que debo respetar la ley moral, que debo ser virtuoso, incluso si va en contra de mis propias inclinaciones o de mi propio deseo de ser feliz, ¿no contradice Kant su propia declaración de una «obligación de ser feliz»?  ¿Limita excesivamente Kant el papel de la felicidad humana en su teoría moral?

Charles Freeland ha sido profesor de filosofía durante más de 25 años en Mahidol University International College, Bangkok.


Última modificación: martes, 1 de septiembre de 2020, 17:16