El utilitarismo

El utilitarismo se asocia principalmente a dos filósofos ingleses, Jeremy Bentham (1748 – 1832) y John Stuart Mill (1806 – 1873).  Las siguientes observaciones se refieren principalmente a la obra de este último, El utilitarismo de John Stuart Mill, (1861-63).

El utilitarismo de Mill se basa en los otros dos modelos éticos presentados hasta ahora, y es muy crítico con ellos, la ética de la virtud de Aristóteles y la moralidad deontológica de Kant.  A Mill, cuya vida transcurrió durante la creciente industrialización de Inglaterra, le preocupaban en gran medida los problemas sociales.  Escribió sobre la libertad y los derechos de la mujer, por ejemplo.  El utilitarismo ha sido reconocido como quizás el más influyente de los tres modelos éticos presentados en estas páginas.  Ha sido ampliamente adoptado en los campos de la economía, los negocios y la teoría política.

Aquí tenemos algunas ideas que podemos encontrar en el concepto de utilitarismo de Mill:

1.)    Los fines y fundamentos últimos de la vida moral no pueden probarse.  El utilitarismo es decididamente un modelo ético teleológico y consecuencialista.  «Toda acción tiene como objetivo un fin», escribe Mill, como ya hiciera Aristóteles antes que él.  «Las reglas de acción deben todo su carácter y color al fin al que están subordinadas».  Pero los fundamentos de la moralidad, su summum bonum, o «mayor bien», no son algo que pueda demostrarse.   Esto, admite Mill, ha sido un problema central en el pensamiento filosófico desde Sócrates.  Y sin embargo, afirma Mill, después de siglos de reflexión filosófica, todavía «las cuestiones de los fines últimos (en la vida moral) no son susceptibles de prueba directa».  No obstante, Mill afirma que este «mayor bien», este «fundamento de la moralidad» es la felicidad.  El «principio de mayor felicidad» de Mill y el principio de utilidad se expresan de la siguiente forma:  «El credo que acepta como fundamento de la moral la utilidad, o el principio de mayor felicidad, mantiene que las acciones son correctas en la medida en que tienden a promover la felicidad e incorrectas en cuanto tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad, el dolor y la falta de placer».  Para Mill, la prueba de esto parece ser que todo el mundo desea la felicidad; esto es lo que se puede observar fácilmente; la felicidad es un bien para todas las personas, y la felicidad general del mayor número de personas es el bien para ese grupo.  Aunque la postura de Mill es que puede proporcionar buenas razones para aceptar este argumento, no se pueden esperar pruebas definitivas y decisivas de sus fundamentos.  Y sin embargo, el utilitarismo y el «principio de la mayor felicidad» ha sido la doctrina más ampliamente utilizada e implícitamente aceptada por la mayor parte de la moralidad convencional.

2.)    El concepto de la felicidad de Mill:  El utilitarismo afirma que todas las personas desean perseguir la felicidad, es decir, una vida exenta de dolor en la medida de lo posible y tan rica como sea posible en goce.  Donde Jeremy Bentham quería mantener simple la doctrina utilitaria de la felicidad, teniendo en cuenta tan solo los placeres que realmente podrían cuantificarse y medirse, Mill complica las cosas al hacer una distinción cualitativa entre los «placeres de los cerdos», en otras palabras, los placeres del cuerpo, que pueden medirse en su intensidad y duración, y los placeres del refinamiento, los placeres intelectuales, que no son tan susceptibles de cuantificación.  Así, la vida de Sócrates, por insatisfecha que sea, sigue siendo preferible a la vida de un cerdo satisfecho.  Esto respondía a los primeros críticos de la doctrina, que exigían más precisión en su definición de la felicidad.  El criterio de la felicidad no es la cantidad de placer, no es su intensidad, sino su calidad general y su uso de las «facultades superiores».  ¿Quién es el juez de esto?  Aquellas personas que han experimentado ambos tipos de placer, responde Mill.  Son los «jueces competentes» designados.  Sin duda, Sócrates, por ejemplo, conocía bien los placeres del vino y el sexo, pero prefería dedicar su tiempo a la discusión filosófica.  «Ninguna persona inteligente», escribe Mill en el segundo capítulo de El utilitarismo, «consentiría en ser un necio, ninguna persona culta sería un ignorante, ninguna persona con sentimientos y conciencia querría ser egoísta y depravada, aun cuando se les persuadiera de que el necio, el ignorante o el sinvergüenza pudieran estar más satisfechos con su suerte que ellos con la suya».  Independientemente de esto, el estándar utilitario no exige la satisfacción de los agentes individuales, sino la mayor cantidad de felicidad para todos.  Incluso un carácter noble es bueno no solo para la persona noble, sino también es bueno en la forma en que hace felices a otras personas.  Esto significa que la felicidad y los placeres prescritos no serán los de la exaltación exaltada, que puede durar solo unos momentos y resultar en dolores al día siguiente, sino la felicidad de una vida «constituida por pocos y transitorios dolores, por muchos y variados placeres, con un decidido predominio del activo sobre el pasivo».  No se debe esperar de la vida más de lo que la vida pueda dar, concluye Mill.  Quizás esta sea la vida feliz de un caballero inglés moderado, pero implica una fuerte crítica de la «desafortunada educación actual» en la época de Mill, en la que no se ofrece mucho para elevar y ennoblecer la mente.  La educación deficiente es realmente el único obstáculo, cree Mill, para que casi todos puedan alcanzar los estándares de las doctrinas utilitarias de placer y felicidad.  Es interesante notar de pasada que el texto de Mill dedica mucho más tiempo y tinta a discutir la felicidad y el placer que la utilidad.  Y sin embargo, su preocupación es, de hecho, por el resultado, por las consecuencias de las acciones, no por el carácter del agente.  Las buenas intenciones están bien, son incluso admirables, pero la moralidad de las acciones vendrá determinada por sus consecuencias, por cómo contribuyen a incrementar la mayor felicidad del mayor número de personas y a mitigar sus dolores.

3.)    La sanción última del principio de utilidad.  Una «sanción», como se describe en el tercer capítulo del libro de Mill, es el motivo para obedecer y actuar de acuerdo con las normas morales.  ¿Por qué debemos actuar para contribuir a la felicidad de los demás?  Hay dos sanciones de este tipo, una externa, como la desaprobación social y el castigo por la ley o por Dios, y una interna, la conciencia, por ejemplo, el sentimiento de que uno ha hecho el bien, o sentimientos de culpa cuando uno ha hecho daño.  La conciencia es aquí una sanción privilegiada, una «fuerza vinculante de la moralidad», pero Mill parece dejar sin resolver la cuestión de si la buena conciencia es innata (otorgada en el nacimiento) o si se adquiere a través de la cultura y la educación, aunque al final prefiere esto último.  Además, esto plantea un dilema: ¿reconocemos que nuestras acciones fueron incorrectas porque nos sentimos culpables después, o nos sentimos culpables porque sabíamos desde el principio que nuestras acciones eran incorrectas?

4.)    Justicia y utilidad:  El quinto capítulo de El utilitarismo, de Mill, empareja la justicia con la utilidad aun cuando, en el pensamiento convencional, la justicia se diferencia con frecuencia de la utilidad, especialmente por razones de conveniencia.  Por ejemplo, si la mayoría de la gente de una ciudad está convencida de que la minoría de inmigrantes recientes es responsable de una ola reciente de delitos, la mayoría podría argumentar sobre bases utilitarias que es conveniente y en interés de la mayoría establecida desalojar a la minoría de sus hogares y exiliarlos de la ciudad.  Pero en este caso, aunque el principio utilitario puede haberse cumplido, se ha cometido una gran injusticia.  Mill fue, de hecho, un defensor de los derechos de las personas, incluidos los de las minorías.  Sus escritos sobre la libertad y los derechos de la mujer dan testimonio de ello.  Así, «se considera injusto el privar a alguien de su libertad personal, su propiedad o cualquier otro objeto cosa que le pertenezca legalmente».  El famoso ejemplo del bote salvavidas, donde un barco que se hunde tiene espacio para solo diez personas en su bote salvavidas y de hecho hay once almas que salvar, se puede responder con referencia a estas perspectivas.  Podría estar moralmente justificado de acuerdo a los estándares utilitarios matar a la undécima persona para salvar a otras diez, pero esto ciertamente perpetraría un acto de grave injusticia. «Se considera universalmente justo que toda persona reciba aquello (ya sea bueno o malo) que se merece…»  ¿Merece morir la undécima persona?  Faltar a una promesa dada a otras personas o incumplir buenos contratos es igualmente injusto, por mucho que contribuya o no a la felicidad de la mayoría.  Mostrar parcialidad hacia ciertas personas, «el favoritismo», también es incompatible con la justicia.  La imparcialidad, especialmente cuando se consideran los derechos, es obligatoria, escribe Mill.  Junto con la imparcialidad, la igualdad es otro artículo fundamental de la justicia.  Mill excluye cualquier «distinción de rango» en cuestiones de justicia: los derechos de los esclavos deben respetarse por igual que los de sus amos (ejemplo puesto por Mill).  La justicia, entonces, no es una cualidad moral «peculiar y distinta» sino más bien un aspecto de la utilidad particularmente importante.  Podría incluir otras consideraciones además de la ley.  De hecho, existen malas leyes y hay muchos aspectos de nuestras vidas que no están regulados por la ley.  Que la justicia implica una consideración profunda de los derechos es otra forma en que Mill distingue la moralidad de la justicia.  Pero la justicia y la moralidad pueden servir igualmente a la utilidad social cuando se tienen en cuenta las consideraciones anteriores.

Preguntas críticas: 

1.      Hacer de la «felicidad» la meta o el fin de la vida moral ciertamente introduce un elemento al que es difícil acceder.  La felicidad a menudo se identifica con la persona.  ¿Es la felicidad del individuo la misma que la del grupo o la sociedad?  ¿O se ve nuestro concepto de felicidad alterado en gran medida por la dimensión social?  Lo que puede ser bueno para la felicidad de la sociedad, o del «mayor número», puede que no haga feliz a ninguna persona específica.  (Los lógicos podrían acusar a las «pruebas» de Mill de conllevar una «falacia de composición».)

2.      Algunos países hacen de la felicidad nacional, no solo de la productividad nacional, una característica clave de sus constituciones.   Esto parece bueno, pero ¿cómo se puede alcanzar?  ¿Qué elementos deben tenerse en cuenta para definir la «mayor felicidad para el mayor número»?

3.      ¿Cómo compararías y contrastarías a Kant y Mill en cuanto a los fundamentos últimos de la moralidad?  ¿Cuál parece ser la explicación más satisfactoria?  Aporta razones para tu respuesta.

4.      ¿Es la «utilidad» un principio satisfactorio para la moralidad?  ¿Debemos hacer siempre lo que resulta «útil»?  Si un artista, por ejemplo, crea una obra de arte sorprendentemente original y creativa, ¿es su utilidad para la felicidad del «mayor número» decisiva para evaluar su valor moral?  Algunas obras de arte pueden despertar un sentimiento de incomodidad en la sociedad, pero son beneficiosas precisamente porque nos sacan de nuestro «terreno familiar».

5.      Busca otros ejemplos o situaciones que puedan cuestionar el principio utilitario de la moralidad.  ¿Es moralmente correcto efectuar experimentos médicos en seres humanos y animales cuando pueden contribuir a la salud general del mayor número de personas y, sin embargo, causar sufrimiento a personas o animales individuales?

6.      Las consideraciones de Mill sobre la justicia ponen en un lugar importante las consideraciones sobre los derechos y la igualdad.  Pero en la medida en que estos derechos suelen ser otorgados por la sociedad, ¿no debería argumentar Mill que los derechos se otorgan de manera innata, o simplemente por haber nacido un ser humano?  Kant abogaría por un respeto esencial a las personas, pero Mill no parece proporcionar los fundamentos para tal principio moral.  ¿Por qué respaldaría una sociedad los derechos humanos cuando puede ser de mayor interés para esa sociedad negar esos derechos a determinadas personas o grupos de personas?

7.      Una de las críticas a las que Mill responde en su libro es que el utilitarismo es ateo, que sus fundamentos no requieren religión de ninguna manera.  Pero, ¿no quiere Dios que sus criaturas sean felices?  ¿Consideras que sea este un punto crítico?  ¿La moralidad requiere religión?

8.      Con su énfasis en la utilidad, el utilitarismo puede parecer un ejemplo de pensamiento excesivamente calculador.  Es, por lo tanto, una doctrina de corazón frío, carente de compasión.  Calculamos solo las consecuencias y la utilidad de las acciones, no las cualidades humanas de las que se originan esas acciones.  ¿Cómo responderías a esta objeción?

Charles Freeland ha sido profesor de filosofía durante más de 25 años en Mahidol University International College, Bangkok.


Última modificación: martes, 1 de septiembre de 2020, 17:18